Yo intrínseco

Nacemos en una sociedad que nos impone la existencia de un yo intrínseco. Las religiones, el concepto del alma del que ya hablaba Platón, son fuertes condicionantes que dan por supuesto que el yo existe e incluso que permanece.

Descartes, tenía claro que no se podía dudar de que dudamos; y si dudar es pensar, no se puede dudar de pensar. Si hay duda o si hay pensamiento es porque hay una cosa que duda o piensa, luego el yo es real: Pienso, luego existo.

Sigmund Freud y el psicoanálisis necesitan de un yo intrínseco, regido por el principio de realidad que medie ente el Ello y el Super-yo.

Desde la neurobiología, también se postula la existencia de un yo. Nuestro puñetero ADN que nos marca como individuos, que promueve nuestra individualización necesaria para la reproducción y supervivencia de la especie de la que hablaba Darwin hace que sintamos que el yo individuo existe. Incluso nuestros discursos mentales, la red neuronal (Interprete) o nuestro cuerpo que nos hace percibir, sentir y emocionarnos, sugieren que hay un yo que experimenta todos estos fenómenos. Y por si fuera poco contamos con la memoria que reescribe nuestra propia biografía esculpiendo en nuestra mente todos estos fenómenos haciendo más real ese yo.

Yo funcional: la negación de un Yo intrínseco.

Por otro lado tenemos a los que piensan que no existe un yo intrínseco, tan solo un yo funcional que nos permite interactuar en el mundo.

Hume en su Tratado de la naturaleza humana no encuentra nada a lo que llamar Yo, solo un continuo de percepciones. Para él la memoria nos familiariza con esa sucesión de percepciones, dándonos la falsa idea de una identidad propia.

Gilbert Ryle también niega un yo intrínseco. El yo solo es un conjunto o categoría en el que agrupamos nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras intenciones y acciones, nuestra memoria. Este conjunto nos hace creer que existe el yo, pero sólo es una ilusión.

La sociología nos descubre que el hombre es un ser grupal que realiza acciones y al que se le atribuye una responsabilidad social. Y así tenemos a Charles Horton Cooley, acuñando el término, looking-glass self. Nos miramos en el espejo para adquirir información sobre lo que somos y al mismo tiempo observamos las actitudes de los demás para con nosotros como medida para ver cómo somos realmente. De esta forma el yo es un producto social; no existe por sí mismo, existe porque hay un yo-tú.

Para el budismo la creencia en un yo intrínseco es fruto de la ignorancia. El yo y el tú son vistos por la conciencia  a través de una falsa dualidad. Ambos son subjetivos porque los vemos y están pasando dentro de uno.  Para el budismo el yo es cambiante, insustancial, vacio, contingente e impermanente. El yo no existe en sí mismo, sino que depende de otro. Todo es interdependiente, todo está interconectado, no existen yoes separados. El yo y el todo, son la misma realidad. Luego también asume tan solo la idea de un yo funcional.

Dos caminos

Muchas personas encuentran cierta tranquilidad creyendo en un yo intrínseco porque abre la posibilidad a un yo que permanece. Un yo intrínseco da sentido a sus vidas, no sienten el abismo del vacío, el precipicio del no-yo. Pero en todo hay una cara y una cruz, si negamos la existencia del yo y conseguimos transcender esta falsa visión resulta más sencillo liberarse de cualquier clase de apego, miedo, sufrimiento o ansiedad. Si creemos en un yo impermanente, solo queda vivir el aquí y el ahora.

Tú decides cómo mirarte a ti mismo.

Me ha sido de gran ayuda en el desarrollo de esta entrada el Programa de Desarrollo Personal MBMB (Mindfulness Based Mental Balance) del catedrático de psicobiología Santiago Segura.