ENAMORARME DE LA VIDA

Desde hace ya muchos años coqueteo con la idea de que el enamoramiento es la mayor de las mentiras.  El propio Pablo d’Ors en su obra “Biografía del silencio” postula que el enamoramiento no es más que la idea maravillosa pero irreal que tiene el enamorado de la persona amada. Imagen de lo que nos gustaría que el otro fuera, muy lejos del aquí y el ahora del que conoce al otro como es y lo acepta con la compasión del conocimiento mutuo y que algunos bautizamos con el nombre: amor.

Y así pasan los años y catedráticos de la vida ponemos al enamoramiento el apellido de pasajero y fugaz. Si me apuras insustancial. Puro efecto químico que se diluye tras el tic tac del reloj. Nos tatuamos en la piel que el amor es lo que queda, lo realmente importante. Pero esta es quizás la realidad inventada con la que nos conformamos después de sufrir cualquier tipo de desamor y miopes vagamos por el camino del sufrimiento el resto de nuestras cortas vidas.

André Anciman, en su obra “Call me by your name”, nos despierta postulando lo contrario. Nos susurra con su hermosa obra que el primer amor, símbolo por excelencia del fugaz enamoramiento, no debe ser apagado por el sufrimiento del desamor, esto resulta ser lo más cruel que podemos hacernos a nosotros mismos. Pisar la tierra, una vez despejadas las nubes del enamoramiento es morir. André nos descubre que el desamor no nos debe llevar a endurecer nuestros corazones. “No sentir nada por miedo a sentir algo es un desperdicio”. Para mí fue un redescubrir el sentido último de enamorarse. Es volver a poner en valor algo que con los años fui haciendo pequeño y en apariencia, imperfecto.

Y sí, enamorarse es muy, muy real. No quisiera mentirme más. Enamorarse es sentir el frescor del aquí y el ahora, es empaparse del cielo que hoy asoma por tu ventana, es llenarse con un simple abrazo, es ver con asombro el hermoso paisaje del otoño que ya añora el invierno. Y cuando todo  acabe, que el sufrimiento de la pérdida no enquiste nuestros corazones, para así renacer a un hermoso mañana.

Quiero volver a casa, a ese niño que todos los días descubría y se enamoraba de las cosas más pequeñas; el niño que soñaba, viviendo en el eterno presente. Quiero volver a casa sin dejar de sentir lo perdido, pero desde la ecuanimidad de observarlo con la mirada serena, sin más sufrimiento. Sólo así, podré levantarme por la mañana y decirme con la más absoluta honestidad: estoy enamorado de la vida.